jueves, 19 de mayo de 2011

Reflexiones sobre la práctica


La evaluación es una actividad valorativa que nos permite determinar en qué
medida se han logrado los objetivos. El principio debe ser “evaluar para mejorar”.
La evaluación debe realizarse desde la percepción que el educador o educadora
tenga sobre cómo ha evolucionado el clima de relación de la clase en cuanto a
sus interacciones, el grado de satisfacción de los niños en la realización de las
actividades, así como la propia percepción subjetiva de la utilidad de las mismas.
Es imprescindible recoger las apreciaciones de las familias mediante cuestionarios
y/o entrevistas.
La observación es el recurso principal en la educación infantil para realizar la
evaluación en diferentes momentos (BASSEDAS, E., HUGUET, T. & SOLÉ, I.,
2001).
La observación directa y sistemática es una de las técnicas de evaluación
más indicadas en la educación infantil. El educador puede llevar a cabo dicha
observación en situaciones no estructuradas, por medio de su interacción personal
con el niño, o en tareas especialmente diseñadas para facilitar la observación de los
aspectos que se consideren más relevantes en cada momento. Estas observaciones
pueden recogerse en forma de diario, en escalas de observación o bien en registros
anecdóticos.
• El diario de clase consiste en registrar situaciones, experiencias y aspectos
diversos que ocurren en la vida del grupo, con especial referencia al proceso
de aplicación de la educación emocional.
• En las escalas de observación se registra la opinión o estimación general
del alumno respecto a los objetivos logrados en cada una de las actividades
desarrolladas a lo largo del programa.
• Los registros anecdóticos sirven para consignar situaciones de especial
trascendencia, que resulten significativas para el observador, tales como
conflictos e incidentes de un alumno, reflexiones sobre comportamientos y convivencia.
A raíz de mi experiencia y de las observaciones que he recogido de los maestros
y de las reuniones de equipo, se ha visto una creciente mejora en el alumnado, en
el profesorado y en las familias.
Los niños y niñas han adquirido un buen vocabulario para describir sus
emociones y sentimientos. Ponen nombre a lo que sienten, han pasado a decir
“me siento enfadado”, en lugar de decir “me siento mal”. No reprimen sus
emociones, las expresan a los demás. Hay un nivel de concienciación del otro,
suponen que los otros también sienten y ponen nombre a los sentimientos del otro
y a su forma de expresión. Mejora la regulación de respuestas o comportamientos
impulsivos gracias a la aportación de estrategias de regulación emocional como la
incorporación del diálogo y la relajación. Se conocen más a sí mismos y respetan
la diversidad de las personas. Hay más capacidad de expresión y comunicación,
se muestran más abiertos a contar sus emociones y sentimientos así como sus
conductas y las de los demás. Se favorece el desarrollo de actitudes prosociales, de
respeto y de tolerancia. Se tratan los conflictos con cierta naturalidad y se busca su
resolución. Todo ello, ha favorecido el autoconocimiento y las relaciones sociales.



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